...Porque siempre hay algo mas allá de lo que solo tus ojos pueden ver, tus manos sentir ó tu mente llegar a imaginar...

16/11/08

DestinoMagico

Todo empezó en Francia alrededor del siglo XIX en la época de la magia y los hechiceros, por llamarlo de alguna manera el clan Le Santé Rouge tuvo descendientes los cuales heredaron un potencial no solo mágico sino mental, al pasar los años los últimos descendientes de los que hemos escuchado hablar han sido Elizabeth y Sophie Patterson hijas de William y Katherine Patterson, Elizabeth se caso con Harry Stewart años después de que su hermana se escapara de la casa y fuera encontrada y adoptada por Cristine una bruja con juventud eterna quien llevaba en brazos a una pequeña bebe llamada Lucy; años después Elizabeth tuvo una hija llamada Amy con el poder de entrar en las mentes de los demás, un año después nació una pequeña niña a la que llamaron Susan ella heredo el poder de la hechicería, y para completar esta mágica familia nació una hermosa niña llamada Hailey con el don de transmitir sus sentimientos a los demás, hubiera sido un final feliz para siempre de no ser por algo que aun desconocemos una extraña sombra que ataco a Elizabeth uno de los tantos días que ella dedicaba a sus hijas.

Desde la muerte de su madre Amy, Susan y Hailey habían pasado su vida en un internado hasta un día lluvioso en el que su padre Harry llego con una noticia, habían pasado ya diez años desde la muerte de Elizabeth y debían iniciar una nueva vida, el se había casado de nuevo y las cambiaria de escuela y vivirían en un nuevo lugar junto a las nuevas integrantes de su familia, una nueva familia una madrastra Cristine y dos nuevas hermanas Lucy y Sophie; aunque Amy y Lucy tenían sus diferencias, todo transcurría bien dentro de lo que nos podíamos imaginar, las niñas se llevaban bien con Cristine, Hailey y Sophie se habían vuelto grandes amigas, esta nueva vida se estaba convirtiendo en algo bueno una nueva casa, un nuevo colegio y una unión con su padre que no tenían hace diez años, a pesar de no tener a su madre junto a ellas las cosas iban bien hasta que un día Susan se entero que ella y sus hermanas tenían poderes a través de un pequeño libro que Hailey y Sophie encontraron, resulto era de su madre y como ella gustaba de los libros no dudo en leerlo.

Hailey y Susan estaban muy confundidas con esto y que Amy no les creyera le dio paso a que Sophie las ayudara, pues ella les confeso que también tenia poderes y que además contaba con inmortalidad; un día de esos que últimamente resultaban ser mágicos Harry llego con una sorpresa, tía Lena decidieron llamarme aquel día que llegue a visitarlas, yo sabia que estaban listas, pero Amy necesitaba creer porque el mayor poder que poseían era la unión, esa noche me senté a hablar con ella, deje que entrara en mi mente y descubriera lo que era capaz de hacer y después de eso nada volvió a ser igual, aparte de tener que enfrentar los problemas de tres típicas adolescentes también tenían que lidiar con un destino mágico de el cual no sabían. Hailey y Amy lograron controlar sus poderes mentales fácilmente mientras con Susan la hechicería fue un poco mas complicada pero después de varias clases perfecciono muy bien su técnica, aunque yo sabia el secreto que ocultaban Cristine, Lucy y Sophie siempre preferí no perturbar a mis niñas, pero un día todo salió a la luz, cuando en una de mis discusiones con Cristine, esa bruja que solo nos quería hacer daño, Harry intervino y las cosas se tornaron oscuras, uno de los encantamientos de Cristine hirió a Harry y el murió, al ver esto la reacción de mis niñas y en especial mi reacción de furia a ira no solo hacia Cristine, sino hacia sus endemoniadas intenciones de tomar los poderes de la ultima generación de los Le Santé Rouge, luego de esto no pude callar mas, y entonces se desato una guerra de poderes. Mientras Susan y yo lanzábamos hechizos a diestra y siniestra, Hailey intentaba descontrolar las emociones y sentimientos de Sophie y Lucy ya que Cristine por ser bruja era inmune a todo poder mental, y de repente todo fue silencio Amy estaba dentro de los recuerdos de Sophie y lo vio todo, la incomprensión de sus verdaderos padres hacia ella y las comparaciones con su verdadera hermana, cuando Cristine la encontró en el bosque, cuando asesino a Elizabeth entre mantos negros y al final este momento cuando todos sus recuerdos allí junto a su dolor quedaron expuestos, Hailey se quedo estática con el libro, comprendiéndolo todo al tiempo que Susan paralizaba a Cristine quien intentaba atacar a Amy después de ver dentro de los recuerdos la historia real de esta nueva vida, el hechizo de Susan fue tan poderoso que acabo con los poderes de Lucy y Cristine, Hailey que aun miraba a Sophie fijamente con el libro entre sus manos haciéndola sufrir tanto como pudo, Sophie al notar que no daba mas después de ser invadida por Amy y ahora controlada por Hailey un destello de luz las hizo desaparecer, pero sin magia no podían hacer nada aunque Sophie tenia los poderes mentales de su familia.

Desde entonces no hemos vuelto a saber nada de Sophie, ella debe estar en algún lugar, pero prefiero no preocupar a mis pequeñas niñas mágicas con esto, pero la última vez que visitamos la tumba de sus padres una capa negra dentro de aquella sombra parecía asecharlas.

14/11/08

Cap. 1 Despertar.

Elena Gilbert dejó de escribir. Contempló fijamente la última línea que había escrito y luego meneó la cabeza, con la pluma cerniéndose sobre el pequeño libro con tapa de terciopelo azul. Luego, con un gesto repentino, alzó la cabeza, y arrojó pluma y libro a la gran ventana mirador, donde rebotaron inofensivamente y aterrizaron sobre el tapizado asiento interior que había al pie de la ventana. Todo era tan totalmente ridículo...

¿Desde cuándo ella, Elena Gilbert, había tenido miedo de reunirse con gente? ¿Desde cuándo la había asustado nada? Se puso en pie y, llena de enfado, introdujo los brazos en un quimono de seda roja. Ni siquiera echó una ojeada al trabajado espejo Victoriano sobre el tocador de madera de cerezo; sabía lo que vería. Elena Gilbert, rubia, esbelta y fantástica, la que marcaba tendencias, la alumna de último curso de secundaría, la chica que todos los chicos deseaban y que todas las chicas querían ser. La chica que justo en aquellos momentos mostraba una cara de pocos amigos y tenía los labios apretados. «Un baño caliente y un poco de café y me tranquilizaré», pensó. El ritual matutino de darse un baño y vestirse resultó relajante y se lo tomó con parsimonia, revisando los nuevos conjuntos traídos de París. Finalmente eligió una combinación de un top rojo y unos shorts blancos de lino que le daban un aspecto muy atractivo. «Bastante apetitosa», pensó, y el espejo mostró una muchacha con una sonrisa inescrutable. Sus anteriores temores se habían desvanecido, olvidados. —¿Elena? ¿Dónde estás? ¡Llegarás tarde al instituto! —La voz ascendió débilmente desde abajo. Elena volvió a pasar el cepillo por su melena sedosa y la sujetó atrás con una cinta de un rojo intenso. Luego cogió su mochila y descendió la escalera. En la cocina, Margaret, de cuatro años, comía cereales sentada a la mesa, y tía Judith cocinaba algo en los fogones. Tía Judith era la clase de mujer que siempre parecía vagamente aturallada; tenía un rostro delgado y afable y un cabello claro y lacio echado hacia atrás descuidadamente. Elena le dio un beso en la mejilla. —¡Buenos días a todo el mundo! Lamento no tener tiempo para desayunar. —Pero, Elena, no puedes salir así sin comer. Necesitas tus proteínas... —Comeré una rosquilla antes del instituto —respondió ella con vivacidad.
Depositó un beso en la rubia cabeza de Margaret y dio la vuelta para marcharse. —Pero, Elena... —Y probablemente iré a casa de Bonnie o Meredith después de clase, de modo que no me esperéis para cenar. ¡Adiós! —Elena... Elena estaba ya en la puerta principal. La cerró tras ella, cortando las distantes protestas de tía Judith, y salió al porche delantero. Y se detuvo. Todas las malas sensaciones de la mañana volvieron a abalanzarse sobre ella. La ansiedad, el miedo. Y la certeza de que algo terrible estaba a punto de ocurrir. La calle Maple estaba desierta. Las altas casas victorianas parecían extrañas y silenciosas, como si todas estuvieran vacías por dentro, como las casas de un plató abandonado. Parecían vacías de gente, pero llenas de extrañas cosas vigilantes. Eso era: algo la vigilaba. El cielo sobre su cabeza no era azul, sino lechoso y opaco, como un cuenco gigante vuelto boca abajo. El aire era sofocante, y Elena tuvo la seguridad de que había ojos observándola. Vio algo oscuro en las ramas del viejo membrillo que había frente a la casa. Era un cuervo, tan inmóvil como las hojas teñidas de amarillo de su alrededor. Y era la cosa que la observaba. Intentó decirse que era ridículo, pero en cierto modo lo sabía. Era el cuervo más grande que había visto nunca, gordo y brillante, con arcos iris centelleando en sus plumas negras. Podía ver cada detalle con claridad: las ávidas garras oscuras, el afilado pico, el individual y centelleante ojo negro.
Estaba tan quieto que podría haber sido un modelo en cera de un ave colocado allí. Pero mientras lo contemplaba fijamente, Elena se sintió enrojecer poco a poco, el calor ascendiendo en oleadas por la garganta y las mejillas. Porque... la miraba a ella. La miraba del modo con que los chicos la miraban cuando llevaba un bañador o una blusa muy fina. Como si la desvistiera con los ojos. Antes de darse cuenta de lo que hacía, ya había soltado la mochila y cogido una piedra de la entrada.

—¡Fuera de aquí! —dijo, y oyó la temblorosa cólera de su propia voz—. ¡Vamos! ¡Vete! —Con la última palabra, arrojó la piedra. Hubo una explosión de hojas, pero el cuervo remontó el vuelo indemne. Las alas eran enormes y hacían tanto ruido como toda una bandada de cuervos. Elena se acuclilló, repentinamente presa del pánico, cuando el ave aleteó justo por encima de su cabeza, alborotando sus cabellos rubios con el viento producido por las alas. Pero volvió a alzarse abruptamente y describió un círculo, una silueta negra recortada en el cielo blanco como el papel. Luego, con un graznido ronco, giró y se marchó en dirección al bosque. Elena se irguió despacio, luego miró en derredor, cohibida. No podía creer lo que acababa de hacer. Pero ahora que el pájaro se había ido, el cielo volvía a parecer normal. Un leve viento agitó las hojas, y Elena aspiró profundamente. Calle abajo, una puerta se abrió y varios niños salieron en tropel, riendo. Elena les sonrió y volvió a tomar aire, sintiendo que una sensación de alivio la inundaba igual que la luz solar. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Era un día hermoso, que prometía mucho, y nada malo iba a suceder. Nada malo iba a suceder; excepto que llegaría tarde al instituto. Toda la pandilla la estaría aguardando en el aparcamiento. Siempre podía contarles a todos que se había detenido para arrojarle piedras a un mirón, se dijo, y casi soltó una risita divertida. Eso sí les daría algo en que pensar. Sin siquiera una mirada atrás al membrillo, empezó a andar tan de prisa como pudo calle abajo.

El cuervo se abrió paso violentamente por entre la parte superior de un roble enorme, y la cabeza de Stefan se alzó de golpe de un modo reflejo. Cuando vio que no era más que un pájaro, se relajó. Sus ojos descendieron hasta la blanca figura flácida en sus manos, y notó que el rostro se le crispaba con pesar. No había querido matarlo. Habría cazado algo mayor que un conejo de haber sabido lo hambriento que estaba. Pero, claro, eso era justo lo que lo asustaba: no saber nunca lo fuerte que sería el hambre, o qué tendría que hacer para satisfacerla. Tenía suerte de haber matado sólo a un conejo en esa ocasión. Se puso en pie bajo los viejos robles, con la luz del sol filtrándose hasta sus cabellos rizados. En téjanos y con una camiseta, Stefan Salvatore tenía todo el aspecto de un alumno normal y corriente de secundaria. No lo era. Se había internado en lo más profundo del bosque, donde nadie podría verlo, para alimentarse, y en aquellos momentos se pasaba la lengua a conciencia por encías y labios, para asegurarse de que no había ninguna mancha en ellos. No quería correr riesgos. Ya iba a ser bastante difícil llevar a cabo aquella mascarada. Por un momento se preguntó, una vez más, si no debería dejarlo correr. Quizá debería regresar a Italia, de vuelta a su escondite. ¿Qué le hacía pensar que podía reincorporarse al mundo de la luz diurna? Pero estaba cansado de vivir en sombras. Estaba cansado de la oscuridad y de las cosas que vivían en ella. Sobre todo, estaba cansado de estar solo. No estaba seguro de por qué había escogido Fell's Church, en Virginia. Era una ciudad joven, según su criterio; los edificios más antiguos los habían levantado hacía sólo un siglo y medio. Pero recuerdos y fantasmas de la guerra de Secesión todavía vivían allí, tan reales como los supermercados y los locales de comida rápida. Stefan apreciaba el respeto por el pasado y pensaba que podría llegar a gustarle la gente de Fell's Church. Y a lo mejor —sólo a lo mejor— podría encontrar un lugar entre ella.

Jamás le aceptarían por completo, desde luego. Una amarga sonrisa curvó sus labios ante la idea. Sabía bien que no podía esperar eso. Jamás habría un lugar al que pudiera pertenecer por completo, donde pudiera ser realmente él. A menos que eligiera pertenecer a las sombras... Desechó la idea violentamente. Había renunciado a la oscuridad; había dejado atrás las sombras. Estaba borrando todos aquellos largos años y empezando otra vez, hoy. Advirtió que todavía sostenía el conejo. Con suavidad, lo depositó sobre el lecho de hojas secas de roble. A lo lejos, demasiado lejos para que el oído humano lo captara, reconoció los sonidos de un zorro. «Apresúrate, camarada cazador —pensó entristecido—. Te espera el desayuno.» Al echarse la chaqueta sobre los hombros, reparó en el cuervo que lo había perturbado antes. Seguía posado en el roble y parecía observarle. Había algo que resultaba impropio en él. Empezó a lanzar un pensamiento de sondeo en su dirección, para examinar al ave, y se detuvo. «Recuerda tu promesa —pensó—. No usarás los Poderes a menos que sea absolutamente necesario. No a menos que no haya otra posibilidad.» Moviéndose casi en silencio por entre las hojas y las ramitas secas, se encaminó hacia el linde del bosque. Su coche estaba aparcado allí. Miró hacia atrás una vez y vio que el cuervo había abandonado las ramas y saltado sobre el conejo. Había algo siniestro en el modo en que extendía las alas sobre el cuerpo blanco y flácido, algo siniestro y triunfal. A Stefan se le hizo un nudo en la garganta y estuvo a punto de volver atrás para ahuyentar al pájaro. Con todo, tenía tanto derecho a comer como el zorro, se dijo. Tanto derecho como él mismo. Si volvía a tropezarse con el ave, echaría una mirada en su mente, decidió. Por el momento, apartó los ojos de él y corrió a través del bosque, con expresión decidida. No quería llegar tarde al instituto de secundaria Robert E. Lee.